Antigua vida mía

A mediados del mes de enero, nuestro largo, congestionado y prometedor itinerario de viaje, nos llevó a recorrer la ciudad de San Francisco.

Uno de los sitios turísticos más recomendados para visitar es el Pier 39, por lo tanto, y como era de esperarse, aprovechamos el día bonito y soleado que hacía para caminar un rato por la vera del mar. Nos acercamos hacia el destino señalado en un vagoncito de cable carril que nos dejaría a unos minutos de la costanera de la moderna ciudad de los gigs y los gays.

Luego de bajarnos del trencito, caminamos menos contentas por subidas y más contentas por bajadas de la encantadora metrópolis californiana observando sus casitas de colores pasteles, las puertas y escaleritas, unas callecitas soñadas, la verdad. Esas callecitas también tienen su "no se que", quelevachaché.

Al rato y con un poco de hambre, llegamos a la zona del Puerto "no Madero" y, como era sábado, el paseo no sólo estaba plagado por la turisteada asiática y del resto del mundo, sino que también la compensaban a tope los locales.

Había en las veredas de la rambla de los estilos más variados y creativos de muestra artística callejera que se te pueda ocurrir. Negros rapeando en duelo; un tecladista con parlantes y micrófono entonando músicas para apretar; estatuas vivientes de todos los colores; hombres de cuerpo entero y atuendos pintados con aerosol dorado haciendo movimientos robóticos; danzarines; gente homeless con carteles ocurrentes; hasta un tipo sosteniendo unas ramas de libustrina, escondido detrás de ellas para asustar a los pedestrianos que pasaban por ahí y hacer reír a las carcajadas a aquellos que esperaban que ello sucediese. Todos mostrando y pidiendo a cambio alguna moneda para su lata o sombrero. Sí, algo así como la calle Florida.

Lo que no sabíamos ni esperábamos encontrar en este lugar costero y llamativo, era la oportunidad de participar de un espectáculo al aire libre de otra magnitud. Para nuestra sorpresa, esta nueva oferta era gratuita y se podía asistir sin horarios de comienzo ni número de fila ni asiento.

Y con buena fortuna, ahí nos encontramos, sin previo aviso, mirando azoradas y sonrientes a los vastos protagonistas de este show callejero que no exigía ni mendigaba propinas.

Si bien era un escenario bastante conocido para nosotros los porteños, nos detuvimos por un rato a observarlo con atención, ya que no dejaba de ser atrapante y conmovedor.

Quien alguna vez en su vida ha visitado, paseado, respirado el aroma no agradable del puerto de la Ciudad Feliz y a pesar de ello haber sonreído, puede fácilmente dilucidar sobre qué estoy hablando... y así de fácil le será también, teletransportarse a la escena que paso a describir.

En unas balsas de madera que no se irían a naufragar ni partirían a la locura, se encontraban todos ellos, los personajes principales de este cuento. Eran más de una decena de lobos marinos tomando sol, relajados, compartiendo un sábado entre amigos y familiares. Los observé entrelazarse, conversar, jorobarse para darse un mimo, reírse y acompañarse.

Me pareció entretenido y enternecedor, entonces me quedé por unos minutos tal vez de más porque lo conocido, amoroso y familiar a veces es poco común.

Quise estar y ser con ellos, y después pensé "Qué suerte que los ví". Al mirarlos me sentí muy a gusto.
Desde ese sábado de enero en adelante, viví muchas experiencias que me hicieron olvidar ese momento hasta el día de hoy.

También sábado, también soleado como el día aquel, tuve hoy la gran alegría, después de tantos días lejos, de recibir en quince abrazos, los conté, el cariño de la familia y de los amigos.

Miradas, cuentos, carcajadas, gestos, charlas y compañía. Qué suerte tengo, me sentí tan a gusto.

No por nada, supongo entonces, mi corazón le pidió a mi mente que evocara el recuerdo de los lobitos cariñosos.

Tal vez, en alguna otra vida haya pertenecido a una comunidad marina, gorda y remolona fundada en el cariño y el calor de los que te rodean. Ma' que tal vez ni ocho cuartos, fui parte, sin dudas.


Ati Irazusta
Sonriente, agradecida y querendona, 12 de febrero de 2012


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