La máquina del tiempo

Lo que voy a contar está lejos de ser una historia de amor, porque a decir verdad, nunca llegó a serlo, o tal vez eso creo yo. Hace un par de meses, tomé una decisión respecto de este amor no correspondido.


Tomé una decisión para mí respecto de otro, porque pensé que ya no había cauce, ni vuelta de tuerca. Porque todo parecía estar sin ganas, sin norte, sin brújula. Porque las cartas parecían estar marcadas y ya no había fichas para mover ni acomodar, o tal vez donde ya había dejado de esperar en que algo de ese otro mudara para pararse frente a mí.

Mi alma, mi corazón y mi mente pedían un encuentro, un desahogo y una confidencia que nunca ocurrieron, entonces me sentí exhausta. Por lo tanto, decidí encapuchar un deseo y un sentimiento que aún seguían vivos. Aunque querían seguir respirando, opté por sepultarlos. Como si no fueran algo real, fuerte, galopante, enérgico, algo del corazón. Y seguí viviendo con sangre fría y siendo cruenta con la realidad de mi alma, así como quien dice la cosa, como si ese desamor nunca hubiera existido y nada nunca hubiera pasado o sentido una.

Pero la vida a veces es tan agria como tan dulce y pucha que te da sorpresas. Y fue así como inesperadamente ayer, tuve la mismísima posibilidad que Marty McFly de viajar en el tiempo.

De golpe y porrazo, me encontré en ese mismo lugar y con esa misma persona del pasado. Ese, nuestro lugar, en el que habían pasado cosas importantes. Frente a mí estaba ese otro del que yo me había enamorado y que me había hecho dejar la astucia a medio andar; el que me había hecho entusiasmar después de tanto y el que me había hecho colgar la toalla; el que me había hecho sentir tan yo y que me había hecho alejarme de mí.

Lo tenía ahí. Y en ese instante de encuentro, fue como si el tiempo nunca hubiera pasado. Me di cuenta del error que había cometido al enterrarlo vivo. De pronto, nos encontrábamos ahí, los dos, y era como si todo lo que nos rodeaba ya no existía. Y lo único que despuntaba era mi mirada sobre la de él, y todo lo que había vivido y negado hasta ese día, ya no tenía sentido.

Una sensación rarísima. Una posibilidad en mil. Había aparecido alguien del pasado al que había pensado no volverme a encontrar, a un fantasma del corazón. Cuántas conversaciones con él había soñado. Tantas cosas había tenido para decirle. Cuántas veces me había encontrado especulando con la mejor manera de anunciar mis sentimientos. Cuántas. Tantas. Muchas. Miles. Estaba ahí, delante a mí, y tenía al alcance de mi mano, la posibilidad de alterar los acontecimientos ocurridos.

Ahora sí, los coloquios de la mente se hacían carne en mis palabras. Estaba habilitada, era real, lo que cantidades de veces había fantaseado. Hablar y poder decir, expresarme, dejarme sentir, atender, abrazar, resignificar, comunicar, invitar a ser oído. Qué gloria. Volver al pasado. Qué regalo.

Qué claridad y pocas pulgas tuvo para escucharme y para romperme el corazón. Al fin y al cabo, era lo único que hace ciento veintiocho días estaba esperando. Que fuera él quien lo desarmara de una vez por todas y no yo, mis amigas, mi familia y mi alter ego. Él era quien lo tenía que romper para así yo poder enmendarlo y volver a arrancar.

Qué tristeza carajo. Pero qué flor de obsequio acababa de recibir. Había viajado por casi dos horas reales en el tiempo y había tenido la posibilidad de amarrar cabos sueltos y deshilachados.

Y cuando volví me sentí sola,  pero libre, sana y salva, y por qué no, orgullosa. Acababa de protagonizar una escena similar a la de la mejor película de ciencia ficción de todos los tiempos. Viajé para reunir, para arreglar, para sanar. Qué más se puede pedir.

Una amiga me dijo que le resultaba un poco divertido, porque si había viajado al pasado, podía también mandarlo a él al pasado de vuelta. Y creo que tiene razón. Entonces, ahí lo dejé, en esa noche, en ese lugar, en ese adiós, en ese pasado. Y me sentí un tanto nostálgica, pero a su vez tranquila, porque hice lo que tenía que hacer: volver al futuro que hace rato me estaba esperando para abrazarme.

Y para los que saben lo que me gusta viajar, debo confesar que este viajecito de volver al futuro, fue uno de los mejores que hice en los últimos años: sin impuestos, sin tasas, sin cuotas, sin deudas y con el corazón puesto en el presente. Sí, sí, sorpresas te da la vida ¡ay, Dios!

Ati Irazusta
El poder de  mi mente, 11 de febrero de 2011

2 comentarios: