A mí la lluvia no me inspira, a mi vecino sí

Hubiera podido escribir los versos más tristes esta noche pero me da fiaca. Encerrada en mi casa, gozo de la depresión de la lluvia envuelta en una manta de pesares carcomiéndome entre deudas, soledad, tinieblas y fastidio de lunes marrón, cuando de repente suena el timbre.


Apoderada por la desidia, camino lúgubremente tres pasos hasta la mirilla de la puerta y veo a mi vecino en cuero, con malla roja hasta la rodilla, gorrita en la cabeza y cara de Club Med. Qué carajo le pasa, pienso. Le abro con cara de “aunque me duché con agua fría y estoy con el aire acondicionado hace tres horas tengo ganas de seguir quejándome por las gotas de sudor que hoy corrieron cien metros llanos sobre mi espalda”. Sin embargo, muy amablemente lo saludo y le pregunto qué necesita, rogando que lo último que precise es charlar conmigo.

Generalmente tiene mucha energía este hombre. Cuando te habla se le mueve la cabeza como el muñequito de perro de remis y pienso que probablemente sea adicto a algún tipo de estupefacientes. Debe andar en tráfico de mercaderías ilegales. Nada explica cómo sustenta sus gastos si se encuentra yendo de la terraza a la cochera y de la pileta a la vereda todo el santo día con su perrito caniche Luki. Y hoy particularmente su ser me molesta. Bah, hoy todo me molesta. Por suerte no hay moscas.

El ente colindante viene a pedirme hielo. ¿Cómo se le ocurre tan irrespetuoso pedido? ¿Acaso no ve que tengo una nube en la cabeza, que estoy disfrutando de mi malhumorada tarde y que Pitufo Gruñón al lado mío es Ned Flanders? ¿No se nota que mi cuerpo emana energía del sheol y mi mirada lanza tarascones de odio?

No, claramente mis síntomas no son observables, por lo tanto, nunca le crean nada a nadie.

Digamos que la solicitud es poco comprometedora  y de fácil entrega, siempre y cuando me devuelva la cubetera en los próximos treinta segundos. Ya me pasó que su señora me tocó la puerta una medianoche para pedirme alcohol para limpiar los dvds, rarísimamente misterioso requerimiento. Le “presté” y no me devolvió nunca jamás. Se lo habrán tomado. Son raros ellos. Yo también supongo.

Pronta entrega, cierro la puerta. No puedo creer lo tarada que soy al sentir bronca por el solo hecho de imaginármelo tomando un trago con una sombrillita y un gajo de limón con MI maldito y aburrido hielo.

Ni siquiera tengo algo dulce para tomar. Púdranse con sus caras de Caipiroska. Odio a Birabent. A mí la lluvia tampoco me inspira hoy.

Bueno, a decir verdad, parece que sí me inspira. De todos modos, lo odio a Birabent. Nunca me cayó bien.


Ati Irazusta
Con el alma en sobrepeso hormonal, 5 de marzo de 2012

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