Un buen nombre es lo más valioso que uno puede tener

Yo pensaba que Jorge era un nombre común, hasta familiar te diría. De hecho, así llamaron a mi abuelo y también a mi tío para honrar al padre, supongo. Pero hace un par de días, me di cuenta de que no era así. No señor, “Jorge” no es un nombre de hijo de vecina, ni es un nombre cualquiera. Al parecer es mucho más que eso.


La undécima revelación comenzó el último sábado de otoño, después de una luna llena cargada de cenizas, en un desolado, seco y pelado de verde paraje del Partido Bonaerense de Chascomús. Allí estábamos. Compartíamos un asado, risas, anécdotas y experiencias. Éramos un grupo de cuatro amigos en cadena. Suficiente gente para pasarla bien, divertirse y por qué no reflexionar sobre la vida y escucharse.

Un perro vagabundo, hijo de aquel desierto otoñal, nos merodeaba y mendigaba choripan sin sentir culpa ni por ello ni por la cara de infeliz que tenía. Y como pasa siempre cuando hay un can callejero deambulando por ahí, para mí desgracia que los detesto cuando estoy comiendo, alguno le iba a hacer el “eye contact” y el perro se iba a quedar por los siglos de los siglos.

Al caso del meollo de mi relato, quien se amistó con el mercenario fue el amigo de un amigo de una amiga. De ahí la tetra-cadena. Este chico al que llamaremos “el Bárbaro”, ni bien vio al animal, lo acercó con la mirada, lo acarició y lo bautizó “Jorge”.

Nos pareció ocurrente y hasta gracioso y así fue como empezamos: “Jorge, Jorge…”; “Jorge tomá”; “Jorge salí”; “No, Jorge”; e inclusive conversaciones entre nosotros del estilo… “Chicos, ¿alguien lo vio a Jorge?”; “Ay! Miralo a Jorge atrás de ese árbol comiéndose el pancito”.

La tarde, las botellas de cerveza, la comida y los rollos de cocina acontecían campechanamente. Después del asado y la sobremesa, vino el fueguito para no darle tregua al viento frío y sostener de este modo, el momento de encuentro.

El Bárbaro nos contó que hacía poco su Siberian Husky, que se llamaba Jorge, había partido a la mejor vida. No dudo en mostrarnos la foto de su mascota perdida. Sí o sí sentimos un poco de compasión y le regalamos algunos clichés de condolencia. De ahí el homenaje a nuestro nuevo compañero, claramente.

Aprovechó así para contarnos que había una vez tenido un jefe que se llamaba Jorge y que el hijo de éste también se denominaba Jorge. No me sorprendió para nada la anécdota, ya que en mi familia también habíamos tenido, hasta donde yo sé, un par de Jorges al menos.

Pero el Bárbaro siguió ahondando sin pausa y creo que hasta se fue de lengua. Nos contó sobre otro jefe Jorge que había tenido, pero a tal lo describió como uno carismático, un guía, alguien que le había dejado huella. Esta vez su entusiasmo por describirlo, me conmovió debo admitir.

Pasadas las horas y entre varios parloteos, nos mostró otra foto que guardaba en su celular. Esta vez era de una planta en una maceta. Bueno, de un cactus en un receptáculo marcado con una etiqueta que decía “Jorge”. No entendimos ni profundizamos en semejante peculiaridad. El grupo decidió silenciosa, unánime e inconscientemente avanzar en la charla.

Sin embargo, se hizo difícil no sumergirse en la curiosidad que nos generaba este Bárbaro, ya que asimismo se encargó de describirnos el llavero-patente de uno de sus autos nomenclado “Jorge”, en honor a su vehículo antiguo que se llamaba Jorge.

Nos dejó pensando casi atónitos. Bueno, al menos a mí.

No podía descifrar si me encontraba delante de un trastornado obsesivo compulsivo, si estaba frente a un asesino serial o si simplemente él veía más allá y nos estaba invitando a entrar en el mundo Jorge, que en inglés se dice Georgetown, obviamente. Qué flash. Los yankees siempre saben todo desde antes. Uno llegó al eureka de la vida y los tipos desde mil nueve cincuenta lo tenían guardado en un secreto de la NASA, de la CIA ó de la CONCHDETUTIA, pero ya lo sabían.

En fin, prosigo. Por la noche, entre copas, nos pusimos lúdicos e inventamos un nuevo rubro para el juego del repechaje, en el que, obviamente, había que decir en ronda, sin repetir y sin soplar, Jorges conocidos, Jorges de la gente.

Navegamos por Guinzburg, Borges, Rial y Porcel… Marrale, Washington, Harrison y Miguel. El santo guerrero de la estampita del tren, el alfajor y ¿por qué no también Orwell? Tal vez a esta miscelánea le pudimos agregar un Cafrune, dos Bush, el de la Selva ¿y quién mas?
eeeh…Casaretto, Clooney, Lafauci, Videla, Drexler, Lanata y hasta entró Barreda.

Llegó un momento en el que el juego se agotó, pero mi mente continuó rumiando Jorges nuevos para arriesgar. Y los Jorges en juego fueron desvelando la verdad de la milanesa.

Paulatinamente, cada uno de estos Jorges comenzó a jugar por sí mismo y a ser en mi interior. Hacían ruidos y rimas, decían cosas graciosas, criticaban a los demás, tiraban ideas, cantaban, se peleaban entre ellos, se mataban, hacían las paces, provocaban, declaraban la guerra, jugaban, se exponían, se lucían y animaban, subsistían, se descubrían entre ellos, algunas veces veían más allá y otras veces veían menos acá.

Ahora bien, acá viene la parte del insight revelador del que hablé anteriormente cuando me refería a la intrepidez del vecino vanguardista de Norteamérica. Ellos ya lo sabían. El Bárbaro parece que también. Yo me estaba dando cuenta en ese momento.

A partir de aquella parranda en mi interior, descubrí que Jorge como tal, es el self. Para comprender mejor, vamos a revisar un caso particular. Por ejemplo, yo. ¡Oh sí! Rotundamente tengo varios indicios de una existencia activa del Mundo Jorge dentro de mí.

Hay en mí algo del Jorge cómico, crítico, ocurrente y creativo. A veces, tengo algo del curioso, pícaro, histriónico e intrometido. De tanto en tanto me he sentido el Jorge imaginativo, líder, musical, dramático, precursor… ¿Por qué no el Jorge aventurero, danzante, belicoso, mártir, dulce y traidor? Uff.. qué fuerte. Confieso que algo del Jorge realista, apacible, cruel, trovador, paisano, cobarde e inquisidor hay también.

De todos ellos un poco, no está nada mal. Aunque preferiría ser más Borges y menos Rial - Lafauci. Tener más de Drexler y carecer de Videla, mucho más Bush, fush, fuera. Qué linda la parte creativa Guinzburg - Cafrune y la divertida del gordo. Cuanto más o cuanto menos tenga de Lanata, del alfajor de dulce de leche ó del santo, creo no le va a hacer mal a nadie. A alimentar la faceta Washington - Casaretto y a luchar contra la impulsividad Barreda. El costado salvaje es un hecho y la belleza de Clooney un trecho.

Claro que sí, me atrevo a afirmar, ya no hay más dudas y nadie lo puede negar: “Jorge, luego existo”.

Convivo con el Jorge que llevo dentro. Y no soy yo sola, somos todos. Buscá en tu interior y encontrá el Jorge que hay en vos. Escucharlo o no escucharlo será la revelación.

Ati Irazusta
Introspectando, 22 de junio de 2011


No hay comentarios:

Publicar un comentario