Yo vengo a ofrecer mi corazón

Acaba de arrancar el último día del año y en estos primeros minutos reviso y abrazo al intenso veinte doce. ¡Cuánta vida vivida! 

Es cierto y totalmente probable que en los cientos de días que tiene un año pasan muchísimas cosas. Pero este año especialmente, ya sabíamos que venía cargadito, y yo, no tuve la mejor idea que hacérmelo cargo. 

Me quedo pensando en estos dos términos que acabé de usar: "pasan" y "cargo". 

Bravísimas palabras si las hay. A las que con anterioridad no les había prestado ni la más remota atención. 

Hoy me resuenan, hacen eco en mi alma, las pienso y las siento. 

"Pasan"... Pasan y siguen. Pasen y vean. Al paso. Pasa la barrera. Prohibido pasar. El tiempo pasa. Pase nomás. Pasa de uva. Todo pasa. Pasarlo por alto. Pasá de largo. Ay... 

Esta familia de palabras significa muchas cosas, como las familias en general supongo. 

Pero a mí especialmente en este momento me suena a liviano, a quedarse en la superficie, a no entrar en lo profundo, a no animarse a ser parte. 

Y "cargo"...ufff. Peso. Bulto. Contenedor. Llevar con fuerza. Esfuerzo. Algo extra que se suma a lo que ya es. Poner el cuerpo. Realidad. Levantar algo. Empujar. Mover. Cansancio. Hombro. Exceso. Más de lo que se puede. Muchas son las ideas que recorren mi cabeza. 

A decir verdad, en este año viejo me he sentido más viva que nunca en mi vida. 

Creo que es porque me permití ser real. Ser más cuerpo, ser más alma, ser menos mente. 

Viví y dejé morir. Como escribieron y cantaron Paul y Linda. 

Siempre viví, sí, es verdad. Pero este año viví sintiendo en lo hondo, escuchando el fondo, desempolvé deseos, encontré miedos, descubrí sabores, volví al núcleo, me dejé atravesar por el dolor profundo de la existencia, liberé emociones, sangré soledad y vacío, pedí abrazos, enjuagué angustias, acepté diferencias, permití la sabiduría del silencio. 

Dejé morir mecanismos, a Peter Pan, broncas, relaciones perdidas, ideas sobre ciertas cosas y autoexigencias. 

Me animé a parir esperas, a caminar a oscuras, a recibir emociones, a enamorarme, a quebrarme en mil pedacitos, a mostrarme vulnerable, a sentirme débil. 

Este año no dejé que las cosas pasaran y punto. 

Este año dejé que esas cosas, que de todos modos iban a pasar, me pasaran. Dejé que me atravesaran. 

Las hice cargo. 

Dejé que pasaran, claro, pero esta vez fui sintiendo el peso que cada una de esas cosas tiene. 

Las encarné, las sentí, las emocioné, las abracé y las brindé. 

No voy a mentir. Me sentí muy mal y desinstalada. Pero la verdad es que me sentí realmente viva, más sincera conmigo y mucho más amable con mi existencia. 

De a poquito voy intentando despegarme de mi mejor idea sobre mí y siento que despacito voy volviendo a lo más profundo de mi alma. 

Y me sigue doliendo... pero con la satisfacción y ardor de arrancarme una cascarita, y así y todo, siento el placer de acercarme a mi esencia. O a mi "muchosidad", como le dice la oruga a Alicia. 

Ati Irazusta 
en el paraíso por parir al dos mil trece 
31 de diciembre de 2012