Al que madruga, Dios no lo ayuda


Eran las seis y veinte de la matina cuando desgraciadamente empalmaron la aguja que indica la hora y con la aguja de la programación de la alarma despertador. Tititi-tititi. Listo. ¿Qué? ¿Ya está? ¿Tan rápido pasó la posibilidad de descansar? No lo podía creer ni daba más. Pospuse diez. Volvió a sonar y no quedó otra que respirar hondo y erguirse al andar.



Y claro, qué le vas a hacer. Era totalmente lógico que no estuviera preparada para este trote álbico. Explico un poquito.

Anoche insomnié, un nuevo término supongo aplicado al pajerismo de NO poder dormirte, si será de Dios.
Estuve aproximadamente dos horas intentando conciliar el sueño con la pasada de rosca de los horarios inventados de las prolongadas vacaciones. O más bien conciliarlo con la adrenalina de volver a empezar un nuevo año escolar, tal como le sucede a cualquier chico antes de arrancar la escuela. Pero ni siquiera con alumnos era la movida, qué tanto.

La cuestión es que no daba más y lo único que pensaba en ese momento de movimientos mecánicos de baño, era en no olvidarme de delinearme los ojos para realzar mi look reventadamente patético.

¿Cómo convencer a mis compañeras de trabajo que hace cincuenta y tres días estoy yendo de la hamaca al muelle cuando las ojeras me llegan hasta la rodilla?

Más que vacaciones en la isla pareciera que estuve luchando cual Tyler Durden en el Club de la Pelea.
Lamentablemente, no voy a poder recomendar la experiencia de paz isleña a nadie porque no me lo van a creer. Al menos por el día de hoy no será el reflejo de mi jeta, cuerpo, alma y espíritu.

Pienso que en el momento del reencuentro en que la Directora nos proponga que compartamos una buena noticia o un sueño para este año, solamente voy a pensar que para tener sueños, tendría que empezar por dormir un poco.

Por las ramas me fui yendo, mejor proseguiré relatando la travesía isla-continente cargada de desencantos encadenados, maldita sea.

Y yo, ayer por la noche, genuinamente intentando convencer a mis compañeras de trabajo que no era un disgusto retomar compromisos y actividades. Válgame la yeta. La vida es un boomerang.

Con mochila, cartera y matera colgadas más llaves en mano, enfilé hacia la puerta de la casa, previo sacado de can al mundo outdoor, ya que le esperaba una jornada sin amo. Oh, no! Problemas. El perro se rehusó a moverse de su aposento y yo que no sé maltratarlo. Pequeño gigantesco detalle. De un empujoncito lo bajé de su sillón y le pedí amablemente que saliera. Denegado. Me miró con cara de hijo adolescente cuando los padres lo quieren despertar porque llegaron los abuelos a almorzar el domingo al mediodía, caminó hasta su "moisés" y se envolvió en su pereza. Toda una falta de respeto, yo también quería recostarme fetalmente. Le volví a "ordenar" el requerimiento y esta vez, le sacudí el canastito para ver algún tipo de reacción positiva estímulo respuesta. Lo único que obtuve fue burla y desidia. La odié mucho y con ganas de gritarle llorando, la dejé encerrada en su gozoso y envidiable ensueño porque iba a perder la lancha. En este caso, algún vecino la estaría sacando a ventilar más tarde.

En fin, una vez afuera y decidida a retomar mi emprendimiento, tuñada con resaltante vestido floreado que realza el packaging y tapa el contenido de mi envase, emprendí a las 7 am (por suerte ya es de día en esta época del año) el sendero por las circundantes veredas isleñas que tantas veces transité este verano, hacia el muelle del Gambado donde me habría de tomar la lancha Colectiva.

Por aproximadamente veinte metros de vereda se fue haciendo camino al andar, hasta que de pronto, me hallé, como de costumbre en estos nuevos pagos, enredada en una tela de araña que yacía del cerco a los sauces.
La vida de isla me ha hecho muy dócil frente a este tipo de percances, ya que acá las arañas son como hormigas y cada tres segundos aparece en el lugar menos pensado una nueva tela tejida. Temo un día quedarme dormida por más horas de la cuenta y encontrarme con una red arácnida que se extiende desde la cabeza hasta la mano. Esperemos que este pensamiento tan solo sea una fantasía mía.

"Fácilmente me la sacudo, desenmaraño y escurro" pensé, siguiendo rutinas que había adoptado hasta este entonces, tal como sacarme la ojota para liquidar cualquier tipo de ser insectuoso que se aproxima más de lo que le estaría permitido según el radio de tolerancia social.

Por lo tanto, con agilidad y frescura intenté realizar las acciones pertinentes que me purgarían de trampa tal.
A medida que seguí avanzando en el recorrido para no perder el ritmo, me fui dando cuenta de que no estaba inmersa y pegoteada por una tela cualquiera. Ésta red indudablemente había sido tejida por el mismísimo Spiderman, con ayuda tal vez de alguna tarántula que colaboró con actuación estelar para ultimar detalles.
Se trataba nada más y nada menos que de un hilo baba grosor tanza y un pegote chicle que me llevaron a distraerme lo suficiente en el esfuerzo por descolarla de mi ser como para ocasionar el próximo imprevisto.
Fueron tantos los movimientos de brazos, hombros, cuello, cabeza y pelo que realicé para desentenderme de ella, que parecía que estaba más bien jugando a la batalla del calentamiento que a punto de cruzar el puentecito del arroyo Lolota.

Subí la escalera, crucé el puente y al descender, sentí algunos ruidos de objetos cayendo. Tardé en reconocerlos como propios, con lo cual seguí bajando hasta que la desgracia fue inminente. Lo que no entendía era si debía completar el descenso o quedarme inmóvil al borde del camino para aminorar las pérdidas.

Mis danzas antitélicas, había abierto los cierres de mi mochila, dándole libertad a todo el contenido. Libros, papeles, rollo de cartulina, botellita y recipientes con comida para el almuerzo.

Volví a respirar hondo por segunda vez en lo que iba de la mañana y me pareció que no estaba teniendo mucha suerte. Me agaché a buscar las cosas en la penumbra de las plantas de abajo de la escalera y logré salvar casi todo. Perdí el tesoro de la isla, pero como mi destino era el continente, podría conseguir agua con facilidad.
Continué hasta el muelle, me senté y me cebé unos matecitos contemplando la mansedumbre del Sarmiento al alba y un viejo que también esperaba, me piropeó.

Para realzar mi actitud positiva frente a tantos inconvenientes, ya en el continente caminando hacia el auto, un grupo de chabones con botellas en mano y los ojos color fuego me cortejaron: "qué lindas vienen las profes ahora".

Cambio de rumbo. No voy nada al colegio, corro para anotarme en la escuelita de modelos de Raquel Satragno. Puc. Se me cayó el documento. Decadentemente el champagne los pone mimosos.

Parece ser que no por mucho madrugar se amanece más temprano. Y bué.

Ati Irazusta

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