El dia de la independencia

Me desperté en Panamá City a las seis de la matina para presentarme una hora más tarde en el aeropuerto destino a Costa Rica. Me alisté y pedimos un taxi mientras me preparaba un mate y unas tostadas para el camino.  

 A los cinco minutos, el taxi se adelantó, entonces con urgencia me colgué todos los bártulos y emprendimos la ruta hacia Tocumen, el aeropuerto internacional de Panamá.

Disfrutando de los mates, el paisaje, el itinerario de mi viaje y las explicaciones turísticas de Gonzalo, el chofer, llegamos con vaselina al aeropuerto. 


No pudo faltar la conversación sobre el clima y el tránsito en la ciudad. Por lo tanto, aprovechamos para comentar sobre la universal congestión en la mano contraria de la carretera en hora pico cada día lunes por la mañana, dirección al centro. Típico. 

Antes de bajarme del taxi, pero ya con el baúl abierto, me preguntó por qué aerolínea viajaba. Dije AIR PANAMA y me replicó con un tono de infelicidad: "Cómo? Si de aquí no sale Air Panama. Esa aerolínea es de vuelos domésticos."  

What? Ése era el momento perfecto para que mi energía proyectada en el país Pura Vida se esfumara de toque nomás. 

No así, muy tranquilamente, saqué mi anotador con el teléfono de la compañía aérea para preguntar dónde era y... ay no! La de la madre. 

Se ve que existe otro aeropuerto en la ciudad, sólo que, como es de vuelos domésticos, nunca lo asociamos con mi trip porque mi destino el país vecino. 

Gonzalo colgó el teléfono lleno de desilusión y nervios y encaró la autopista para volver a atravesar la ciudad y el infinito y más allá también. 

Yo puse el mate a un costado y le pedí el celular para llamar y ver si existía la posibilidad de hacer el check-in ontel. Denegado cien por ciento. A quién se le ocurre. 

El poco voluntarioso agente del callcenter me dijo que hasta las 8.30 am tenía tiempo para llegar como última hora.

Teníamos una hora veinte para sumergirnos en la interminable caravana de carros, ya que obviamente, el otro aeropuerto, está ubicado en la otra punta de la ciudad.

Fueron unos segundos en los que por mi cabeza pasaron ideas corrosivas. Como la de perder el "tiquete", luchar por un reembolso o la de pagar la multa por el cambio de fecha. 

Ahora, la fantasía que no pudo faltar fue pensar que el valor del taxi iba a ser del mismo valor que el del pasaje de avión. 

En un microsegundo de mala vibra, calculé: el viaje al aeropuerto vale 25 USD de ida... serían 25 USD más de vuelta al centro? Sumale el plus de ir hasta el otro aeropuerto, más los daños y perjuicios morales, más la bronca de Gonzalo de perder o retrasar a su pasajera de confianza que lo esperaba para tomar otro avión, más la lluvia que te garuaba finito no contribuyendo para nada al infortunio. 

Decenas de números e ideas podridas que se agregaron a una eterna cuenta acostada tan larga como la ruta embotellada.  

Para mi asombro, el cálculo inconducente y vago se vio absorbido por la bombilla de un matecito sanador. Razón por la cual, comencé a protagonizar un panorama contextualmente revertido. 

Por un lado, se hallaba el amable y amistoso panameño-oye-chico en su rol antagónico: despotricaba, estaba ansioso, me inventaba complicaciones drásticas para justificarme un aumento en el precio por la demora y la crueldad de su vida tan dura... Y por el otro, yo, con mi naturaleza de argentina neurótica de las multas, quejosa por nacionalidad y obsesionada por garronear los majestuosos dólares... en mi rol invertido, suspendiéndome en la trágica experiencia más tranquila que Gandhi y con paciencia continué cebando amarguras reconfortantes, como si nada preocupante estuviera sucediéndonos.  

Sorprendentemente me sentí bien, desestresada y sin ansiedad, a pesar de los altos riesgos que corría de alterar mi plan de viaje en cuanto a economía, recorrido y pérdida de tiempo. 

La cuestión es que llegué justo a tiempo, no hubo mayores altercados y me subí al vuelo sin prisa, logrando así la primer victoria sobre los tantos desencantos que le sucedieron a este contratiempo de primera mañana. 

 El vuelo de avionetica hizo una escala en una ciudad que se llama David del lado del Pacífico de Panamá. En un aeropuerto prácticamente familiar, éramos solamente veinticinco personas haciendo papeles para hacer la combinación de aviones, cuando se me acercó un guardia enorme, custodiado por dos más, a decirme que los tenía que acompañar porque había problemas con mi equipaje. 

La yerba, era obvio. 

Con mucha amabilidad me desempacaron la mochila íntegra y les conté las costumbres argentinas. Volví a armar delicadamente los rollitos y a encajetar las cremas y los libros... y próntamente la despaché y me marché a la cola para migrar.

Llegué a San José y para tomarme el bus a Monteverde, pagué un taxi de valor inversamente proporcional a las cinco cuadras que quedaba la terminal. 

Adicionándole desencanto a mi primera impresión sobre los ticos, una vez en la terminal con la ventanilla de mi compañía de bus cerrada por almuerzo, un taxista de aspecto Don Omar Danza Kuduro, me metió un verso que no había más tiquetes para el destino y que debía irme a la otra punta a tomarme el coso por una fortuna. Hizo un llamado al mae de la boletería para corroborarme su chamuyo. Lo miré con desconfianza y le pedí que me lo pasara. Se le aflojaron las piernas, le hablé al del tel y me divagó lo mismo. El gordo reggaetonero se apiadó de mi descreimiento y cuando le pregunté cuál era su nombre, recibió otro llamado, me dijo que había pasajes y se pegó el palo. Qué desventura afortunada. 

Mientras esperé el tiempo oportuno en dicha terminal, se me trabó una de las hebillas de la mochila y antes permitir la habitual reacción fuerza sobre maña y cortar la tira; con simpatía me acerqué a una señora con aires de costurera para que me resolviera.

Con tiquete en mano y a la espera del bus, conversé con una pareja de locales que compartían destino y una joven con su hijito. La chica me enseñó a repetir las veces que fuera necesario "Dame luz, dame luz" para confiar y seguir.  

Cuando llegó bondi, extrañamente, no nos dejaron subir a todos. Con tono un poco agresivo el chofer-maletero nos dio la orden de que no nos subiría a este coche, sino que teníamos que esperar otro que iría directo. El tipo me miró fuerte para gritarme y le devolví la mirada con un son de paz, sonrisa y tranquilidad que se calló. Qué más daba. 

Ya en el bus montaña rusa de cuatro horas y media de cornisa, aproveché para descansar, decantar las últimas horas, admirar el majestuoso paisaje de tonalidad de verdes, ver vomitar al del asiento de enfrente y darme cuenta de que hoy había sido el día de la independencia. 

Mi odisea hacia San José de Costa Rica había sido mi casita de Tucumán y mi temperamento y actitud, actuaron de los congresales de las provincias para declararle la independencia al malhumor, a las reacciones que saltan tipo leche hervida, al fastidio y la queja, a la impaciencia y la ansiedad.  

Al fin y al cabo, había tenido un gran día de encuentro, contraste equilibrio y desafiante alegría. 

Paul Theroux dice que el concepto de viaje sirve a menudo como metáfora de la vida. Y la verdad creo yo, es que a partir de permitir fluir estas vivencias y accidentes mundanos, se desencadenan encantados desencantos de jugoso crecimiento personal. Qué viva mi patria interior.
Ati Irazusta
Camino a Costa Rica, liberando exceso de equipaje actitudinal

No hay comentarios:

Publicar un comentario