Había una vez, en algún
tiempo remoto, en un país muy pero muy pero muy lejano, vivía una princesita en
un hermosísimo palacio.
Le encantaba enseñar y
compartir con los más pequeñitos. ¡Ay! ¡Cuánto lo disfrutaba! Aunque a decir
verdad, algunos días estaba un poco cansada.
Tenía una linda familia
real que la refugiaba y contenía, y eso la hacía sana, confiada, fuerte y
resuelta. A decir verdad, le hacía muy bien.
El pequeño gran problema
que tenía esta princesa, era que tenía mucho pero mucho miedo. Pero no un miedo
cualquiera como el que tienen los niños o las princesas de las historias en
general.
No le tenía miedo ni al
bosque, ni a los ruidos extraños, ni a la oscuridad, ni a los dragones, ni a
los animales salvajes. Todo eso era pan comido para ella, eran tan solo unos cucos
de morondanga. Esas eran para ella, tan solo malditas cosas mundanas que a
menudo ocurren en los cuentos y siempre de
algún modo se resuelven para que todos coman perdices. Esas no le despertaban para
nada de miedo.
Extravagantísimamente,
esta niña le tenía miedo a una sola palabra: el porvenir.
Porque para qué
mentirles, de todas las cosas que tenía, que vivía, que disfrutaba, que
recreaba y de las que ella gustaba, ésta, era la única en la que no podía manifestarse.
El porvenir era el insuperable y solitario panorama en el que ella veía
borroneado.
¡Cuánto le asustaba esa
neblina! Era muy terrible porque pensaba que ella nada podría hacer en tal caso.
Pensaba que ya era así, que hasta allí, así ya estaba. Listo, no se veía. Qué vergüenza.
No se puede avanzar si no se ve,
pensaba.
Y lamentablemente, todo
esto la angustiaba pero mucho mucho.
Por tal razón, de vez
en cuando se sentía algo incomprendida y hasta un poco apagada.
Sin embargo, lo extraño
es que su luz de todos los días no estaba ni un poco apagada. Al contrario,
estaba cada vez más encendida. Si era todo un misterio para los ignorantes o
toda una máscara para los sabios, nunca se supo.
Lo que sí se conocía
que había apagado hace rato eran los buenos deseos y los lindos recuerdos que
tanta fuerza y alma tan grande le habían dado.
¿Dónde había guardado
aquellos tesoros? ¿Acaso algún dragón estaría custodiándolos? ¿Cuándo había
decidido ponerles fin? ¿Quién le había dado permiso? ¿Qué iba a hacer sin ellos?
Y bueno, las cosas ya eran así, y al parecer no había mucho más que hacer. Se ve
que un buen día, los había enterrado y que
habían habido necrológicos, velorio y todo; y ningún recuerdo de todo aquello…
Una mañana, antes de
comenzar otro hermoso día, al mirarse al espejo con encanto y regocijo, tal
como lo realizaba todos los días, notó algo extraño.
Sintió una
escalofriante y dulce presencia a su lado. Al principio, no pudo descubrir qué
era lo que se le acercaba con picardía ni por qué con humilde cariño sentía que
algo le molestaba. Respiró hondo, se sacudió con intrepidez y osó mirar con el
corazón.
Allí fue cuando pudo
ver que no estaba sola, sino que junto a su yo reflejado, su hada madrina la
acompañaba.
Era su hada quien
posaba a su lado. Y te digo que la princesita se sorprendió bastante y hasta se
espantó un poquito, por no decir que se pegó un julepe tremendo. Lo que no la
permitía ver ni ser parte de ese momento era su mente que pensaba que ese tipo
de fantasías solamente pasaban en los cuentos. Como si el de ella no fuera otro
cuento de hadas de por ahí.
Ante tal despiadada y
despistada reacción, dicen las malas lenguas, que su hada hasta un poco se
ofendió con ella, ya que pensó que la princesita la estaba ridiculizando. Todos
sabemos que las hadas son muy vanidosas y detestan que no les presten suma
atención.
Entonces con un poco de
magia y mucha ternura, el hada la tomó del cuerpo y la abrazó. Y con su amor y un
cálido gesto, le regaló la estrella de la abundancia.
Tener abundancia es aumentar
la cantidad de algo, y cuando se la obtiene, de a poco uno se puede acercar a
llenarse de ese todo esperado.
Le acaban de conceder esa
estrella. Galantería de obsequio, oportunidad de sumar, delicadeza de
construir, astucia de elevarse, audacia de querer y animarse a más.
Y la princesa que ya casi
ni creía en las hadas ni le importaba un pomo si por esa razón alguna se
muriera en alguna parte, se emocionó mucho con esta ofrenda… y algunos dicen
que hasta lloró.
Un poco de tristeza por
haber sido tan tonta durante tantos años; había dejado de creer, de querer;
había dejado de soñar. Otro poco de alegría por volver a encontrarse con ella.
Una pizca de esperanza y otra pizca de ilusión.
Y todas estas gotitas
que cayeron de sus ojos y corrieron por sus mejillas, al reflejarse con la luz
que irradiaba de su corazón, formaron un arco iris único. Una maravilla pintada
con sus propios colores y con sus más profundísimos y auténticos deseos.
Y así fue como empezó su
nueva historia… y colorín colorado y sin miedo y sin vergüenza, este cuento
recién comienza.
Ati Irazusta
Con lágrimas de
cocodrilo quiero a mi mamá, 28 de septiembre de 2009
http://www.facebook.com/notes/ati-irazusta/hab%C3%ADa-una-vez-y-as%C3%AD-empieza-la-historia/414272648630647
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