En lo alto del estante, observé
que en la bolsa de algodón vivía un pequeño usurpador. Llámese araña de un
cuerpo de centímetro y medio aproximadamente. Al largo de las patas preferí no
estimarlo por el momento.
Al verla, sentí escalofríos y un
poco de nervios ya que no sabía si el ente intruso acontecía vivo o muerto.
Tampoco sabía si ese era su nido o si tal vez allí yacían sus restos y mi
algodón hacía las veces de cementerio y ahí estaba la muy asquerosa disecándose
desde hacía meses.
Por un instante pensé que tal vez
no sería una mala idea tener una inquilina. Hablando mal y pronto, ocupa poco
espacio y bien podría subalquilarle el estante. De este modo, alivianaría un
poco mis gastos y tendría alguien con quien conversar o consultar de tanto en
tanto. Convengamos que el nombre Winzy combinado con el mío no queda para nada
mal.
Toda esta fantástica idea del
ahorro me estaba empezando a gustar, cuando afortunadamente, el temblor en mis
manos y el crujido perturbado de mi estómago me recordaron que las arañas son
seres vivos, nocivos y horripilantes, y que yo, en ese preciso instante me
encontraba frente a uno de ellos.
En fin, recurrí entonces a mis
instintos paramédicos y homicidas para tomar una pronta decisión. Fui a la
cocina y tomé trozos de cinta de enmascarar. Con ellos y mucho cuidado, bloqueé
la bolsa sin tocar nada de la escena del crimen como naturalmente lo haría un
buen asesino serial. Entonces la dejé allí adentro y sin piedad, para que se
asfixie supongo o se muera muerta en el mejor de los casos.
Mientras tanto, mi vida sigue. Nada
cambia y todo permanece. El envase plástico de La Estrella estacionado en mi estante, el arácnido
difunto en su cuna de algodón, los nervios adentro de mi cuerpo, mis uñas
cachadas y la otra araña esperando a su viuda en algún muelle de San Blas de
mis dos ambientes.
Panorama poco inspirador para
comenzar la primavera con la esperanza de un amor.
Ati Irazusta
con palpitaciones aceleradas, 19 de septiembre de 2011
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