entrar en la misteriosa puerta de la transitada calle comercial, pasar por el sepulcral pasillo, sentirse Juana de Arco caminando hacia la hoguera, luego, subir con desaliento y arrepentimiento la empinada y escondida escalera que te conduce a un timbre que será tocado con frialdad y disimulo para entrar por la puerta de la ejecución.
Y así caminar tres pasos y
encontrarse con el lapidario mostrador, donde se realiza la cruel solicitud que
te lleva al cubículo cuatro, dos o cualquier otro número de mierda, para esperar
a la hija de re mil puta de Vanesa que no sólo te va a depilar y hacer sufrir,
sino que como odia su trabajo, está de malhumor y por lo tanto, goza de tu
silencio cáustico de cordero degollado.
No señor, esto no es parte de
nuestra felicidad. Valoradlo.
Ati Irazusta
ay ay ay, 28 de abril
de 2011
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