El poder de mi mente es altísimo y circunda a veces canales recónditos jamás alcanzados por la tecnología y mucho menos por Freud. Divago, cómo y cuánto divago carajo.
Toda esta trenza mental acontecía
y se desarrollaba paulatinamente cuando tuve un momento de lucidez y pedí por favor
un sentimiento de belleza, auténtico. Y ahí apareció ella.
Al verla quedé cautivada y
maravillada por la inmensidad de su forma llena y por la intensidad de su color
brillante. Me pareció un acto de contemplación absoluto. Lo único que me animé
a sentir fue felicidad. Sonreí y pensé: “¡Cuántas cosas tiene la vida para
enseñarme!” y quedé sonriendo por el resto del viaje.
Cuando llegué al destino, les
comenté a algunas de mis compañeras lo que me había pasado en el trayecto.
Hablé sobre el triunfo de una luna majestuosa penetrando en mis
pensamientos borrosos e iluminando mi
andar. Me escucharon y acompasaron mi descripción con su imaginación.
Osé decir entonces que me
consideraba una persona romántica. Y me sorprendí al escucharlas contradecirme.
Me defendí y me quedé pensando. Si soy sentimental, melancólica, soñadora,
apasionada y la luna me dispara y me eleva, es obvio que no me queda otra. Soy
romántica. Claro que sí.
Ati Irazusta
Vicente López, 19 de
abril de 2011
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