Preferiría que me salieran
chorros de humo por la nariz y que mi cara se me pusiera roja como el demonio.
Que una de mis cejas se pusiera punteaguda e intentara escupirse de mi cara.
Que mi pierna derecha pudiera hacer como la pata de un toro enfurecido contra
la tierra seca y el polvo que se desprende tras el golpe del taco cubriera mi rostro
hasta ahogar mis poros y empastase mi lengua hasta secarla. Que mi saliva se
transformara en espuma de rabia putrefacta y hedionda y que mis dientes se
afilasen como colmillos que pronto degollarán a su víctima. Que mi vista
ardiera en el intenso mirar del que ya no puede volver a pestañear y lo blanco
de mis ojos fuera una telaraña de venitas a punto de estallar. Que mis puños se
cerraran tan fuerte que mis uñas al clavarse en mis palmas dejaran marca hasta
ensangrentarme. Que mi ceño se frunciera hasta dejar la profundidad de un
surco, que mis palpitaciones se aceleraran hasta reventar los cronómetros y que
la temperatura de mi cuerpo ardiera como las llamas del infierno.
Preferiría todo esto me pasase,
antes de utilizar al primer alma inocente que se cruzase por mi camino como
mártir a ser inmolado en mi banquete de insulto, maltrato, queja y disparate.
Estaría lisa y llanamente
precisando una transfiguración con suma urgencia y no la estoy consiguiendo. Al
pasar pregunto si por casualidad no existen donantes para trasplantar estados
de cólera y alboroto mental.
Ya hubo varios damnificados,
hallaría oportuno tuviese un poco de paz en los próximos segundos.
Ati Irazusta
Cabreada, crispada y
molesta, 23 de abril de 2012
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