Pasaron
tres meses desde que me mudé de hogar y con aquel simple cambio de domicilio,
se mudaron conmigo mecanismos, miedos y con ellos me abrí a sentir y
experimentar la vida de otra manera.
Los
meses sin “r”, los de poda, los de la crudeza del invierno. Frío, días de larga
oscuridad. Como decía Neruda: “Espléndido
dictado me dan las lentas hojas vestidas de silencio y amarillo”… para no
decir “triste”.
Cambios
dolorosos y agudamente insoportables. Días de peso y levedad en la mente y el espíritu.
Instantes de felicidad eterna. Honestidad con el deseo profundo. Metamorfosis y
aceptación del alma. Fuerte. Terriblemente fuerte.
Hoy,
caminando por la calle, me crucé con mi antiguo portero Gabriel, como si
hubiera sido el ángel. Nos miramos, sonreímos y nos cumprimentamos. Se puso
nervioso, movió su cabeza y siguió caminando sin más. Sentí mariposas.
Si
será de Dios, justo el miércoles me junté con el dueño del otro departamento para
arreglar el tema del depósito y charlamos rato lindo. Pienso en qué
casualidad... ¿no?
Algunos
a las casualidades las llaman señales. Señales de una sincronización en la que
todo concuerda en tiempo y espacio para que suceda algo.
Dicen
que hay que prestar muchísima atención a las señales, puede que te lleven a
vivir cosas inimaginables o te ayuden a evitarlas, dicen.
Pensé
para mí, que estos encuentros y los lindos recuerdos que me trajeron de los dos
años en Maipú, tienen que ver con un cierre y un abre.
Va
cerrando y cicatrizando la herida de la transformación.
Va
abriendo y saliendo el solcito para que con la primavera todo florezca.
Qué
lindo.
Ati Irazusta
Cambiando de
colores según la estación, 7 de septiembre de 2012
http://www.facebook.com/notes/ati-irazusta/el-camale%C3%B3n-mam%C3%A1/421547921236453
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