Parece ser que el anhelante explorador italiano que cumplió con su teoría desopilante y complació a la reina con riquezas, había llegado a otro lado, malísimo. Un desencanto atroz y una jactancia en vano.
De todos modos, no fue tan
dramática esta desilusión si la comparamos con la que sentimos al conocer sus
playas. De sorpresiva arena oscura y mojada, su mar azul caldo, límpido,
caliente, piletoso y lleno, por no decir repleto de gente de todas las edades,
colores y tamaños. Todos bañándose en sus aguas y revolcándose en sus orillas.
Y lo que es peor, muchos de ellos con indumentaria. Sí señores, con ropa puesta
y con el calor que hacía. ¿Por qué con ropa? Trivial fue nuestra observación,
ya que preguntamos y todo, eh! Pero las respuestas fueron difusas y hasta
generaron interrogantes en los cuestionados. Optamos por considerarlo parte de
la cultura popular inaceptada por la población.
El infierno de playa al que
tuvimos la desgracia de asistir para saciar el calor incinerador de nuestros
cuerpos, se llama Bocagrande. Ahora, en un día feriado, algún alma caritativa y
prudente podría haberle sugerido a uno no ir. No vayan ahí loco, es un asco.
Nadie se atrevió.
Algo así como setenta y tres mil
personas había allí. Muchas yacían varadas en sus orillas, algunas de ellas
incluso estaban hechas milanesa. Se reían, charlaban, nadaban, flotaban,
jugaban con arena y con pelotas, comían, bebían, hacían basura, hacían amigos,
salpicaban, se empujaban, y en esa muchedumbre propasada, pura y exclusivamente,
solo ellos, eran felices.
Aproximadamente el cuarenta por ciento de la
población-playa eran abrumantes e invasivos
hombres vendedores o mujeres masajistas. De solo recordarlo, cierro los
ojos y suspiro con agobio. Nos atacaron y ¡sí!, lo acepto, nos vencieron.
Alquilamos silla, sombrilla, nos embadurnaron en crema de enjuague y nos
hicieron masajes, compramos cervezas, mango, pastelitos, cosas, no gracias,
basta por favor. Definitivamente, nos engatusaron en esa, su nube de calor,
pesadumbre, vapor y gente, desvalijándonos las ganas de soñar con el paraíso
prometido del Mar Caribe.
Nuestra desventura fue que, de
mutuo e inconciente acuerdo, intentamos amortizar la inversión realizada,
quedándonos y sosteniendo esa condena sin sentido por desmesurado tiempo.
Recién a las casi dos horas de penitencia, notamos que NO aguantábamos más.
Sentíamos estrés de que nos venderían u ofrecerían algo más y turbación de que
nos robarían nuestras pertenencias. Acabamos repentina y súbitamente, y que re
contra valga la redundancia, por tomar una decisión abrupta: salir rajando por
la orilla con todo colgando. Así nomás, lo que se cae se pierde, qué carajo me
importa.
Caminamos por la costa en
silencio durante un rato hasta que localizamos un claro cerca del mar y de unas
rocas. Nos descubrimos exhaustas y desfallecidas. Nos miramos y sin hablar nos
recostamos en los pareos sobre la arena seca y fresca de la tarde para dormimos
una de las siestas más profundas que te puedas imaginar. Al cerrar los ojos con
calma, escuchamos el ruido del mar y respiramos hondo. Fue allí, donde por
primera vez en el día, nos sentimos lejos de San Bernardo y cerca de las playas
del Caribe.
Al atardecer volvimos al hostel
más descansadas y airosas. Tuvimos la buena fortuna de compartir la habitación
de ocho personas con dos amorosas argentinas de Lomas. Compartimos con ellas
anécdotas e información para los
próximos días del viaje, nos acoplamos a su plan del día siguiente. Fueron
ellas quienes tuvieron el honor de guiarnos al lugar que purgaría nuestra
memoria de esta fastidiosa experiencia. Nuestro próximo destino sería el
paraíso: Playa Blanca en la Isla
de Barú.
Por la noche, caminamos
fascinadas por las románticas callecitas afaroladas de Cartagena; nos sentamos
en una mesita de una plaza rodeada de edificios coloniales y nos sentimos en
una Piazza de Italia; escuchamos las amables y cordiales voces de las almas
colombianas; comimos pizza crocante tomando cerveza tan fría como la brasilera
y nos sentimos amenas o más bien como un buen anti-domingo en Buenos Aires,
después de un gran fin de semana. Lindo broche para este primer día.
Ati Irazusta
Cartagena de Indias, 10
de enero de 2011
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