El día del fin del mundo lo
llamaremos al conjunto de emociones y acontecimientos que nos sucedieron el
jueves 30 de diciembre del año 2010.
No creemos en vivir para
contarla, pero estamos de acuerdo en que si un día puede reunir sentimientos de
alegría, odio, miedo, adrenalina, gozo, cansancio, tolerancia, admiración,
impaciencia, equipo, mamitis, riesgo, esfuerzo, valentía, angustia, diversión,
compañerismo, caos y cosmos, deber ser contado y en detalle minucioso para
compartirlo y no olvidarlo nunca jamás.
Del fin del mundo porque cada
momento de este día parecía que nunca acabaría y a la vez que seria el ultimo
momento antes de que el mundo acabara.
capítulo 1
A las siete de la mañana nos
levantamos para bañarnos, a que a eso de las ocho, nos encontráramos en la
recepción del hostel con Luigi (alemán, guía, boy scout,
anglo-hispano-germano-italo parlante), su hermano con adolescencia extendida
(casi speechless, desconocemos si era porque no entendía ingles o porque le
aburria todo en demasía) y una asiática de Hong Kong que estaba demasiado
fuerte (toda la pilcha de marca, las mejores gafas, el corte de pelo super M,
cámara de fotos water resist, lomazo). Muy contentos y con mochila pequeña en
mano emprendimos con ansias un día incierto, sin tener idea donde iba a
desembocar.
Con mucha alegría y esperanza y
con la misma ropa de los últimos dos días, me marche con la promesa de que al
retorno estaría esperándome mi desaparecida mochila para abrazarme.
Como éramos cinco en el taxi hacia la terminal
y por miedo a recibir una multa, el tachero no pidió que descendiéramos un poco
antes de la entrada. OK, no hay problema. En el puesto de informes nos
encontramos con Francisca (suizo-germana que dijo "I'm not a fuckin'
terrorist" cuando en la boletería le pidieron el pasaporte, la odiamos).
Nos subimos a la buseta, los seis
sentados y contentos, sabiendo que el prometido viaje a Córdoba de dos horas y
media podía extenderse por un corte en una vía. Avanzada la carretera, suben
unos camuflados con pecheras que dicen EJÉRCITO a pedirle la documentación a
todos los pasajeros. Todos los extranjeros, nosotros seis, portábamos
fotocopias por seguridad. El militar baja con todos los documentos, suponemos
que para anotarlos en una planilla y vuelve a subir para buscar a uno de los
extranjeros, en este caso Agos, que desciende del vehiculo con valentía y
shorts. Se demora como siete eternos minutos, por lo que junto coraje, reservo
nuestros lugares y me asomo por la puerta para ver que estaba sucediendo.
La minita estaba rodeada de seis
uniformados con itacas haciendo gestos y ademanes superlativos, dando
explicaciones prácticamente una demostración al máximo del lenguaje corporal.
Le pegue entonces un grito de "¿todo bien?"... me miro y me sonrío.
Ah! entonces si, me vuelvo a sentar. Subió, explico que no teníamos fotocopia
de la hoja del pasaporte donde esta el sello que indica cuando ingresamos al
país. Lo guardamos en mente como próximo tramite a realizar.
La buseta arrancó después de más
de diez minutos detenida y al kilómetro y medio volvieron a frenarnos para
control. Se sube el Rambo y cual viaje de egresados al unísono todos los
colombianos y colombianas lo miraron y le dijeron con su cántico "Ah no!
Nos acaban de frenar!" Nos causo gracia el atrevimiento, pues el soldado
se bajo obligadamente. Seguimos nuestro rumbo mirando video clips de salsa con
el volumen al taco. Llevamos tres horas de viaje cuando el tráfico se detuvo
totalmente. Muchos camiones. Razones, dos: un accidente y un corte por obra.
Calor, abanico, ganas de ir al
baño, hambre, gente parada con calor también. Una hora más así hasta llegar.
capítulo 2
Finalmente, llegamos a Córdoba
(una comunidad afroamericana) y ahí nos esperaban dos negros de jeans y
musculosa blanca de 16 años, sumamente excitados por ofrecernos el servicio de
transporte para llevarnos por la vía hasta San Cipriano. El vehiculo se llama
moto bruja o la brujita y es una moto side-car con una plataforma de madera
adherida y un banco de madera en ele, no adherido, con ruedas que se encastran
en los rieles de la vía. Este dispositivo inimaginablemente creativo y efectivo
se encarrila sobre una vía "semi muerta".
Iríamos hasta la tierra prometida atravesando
la selva. Sentados los seis en banquitos, el conductor en la moto y los tres
negros recios parados agarrados de donde podían, tal vez el hombro de Agos, por
qué no.
Guau! Esto es alucinante.
Velocidad, viento, vértigo, adrenalina, naturaleza...Tuc. Se le salio la cadena
a la moto y tuvo que frenar. La intentaron arreglar y no hubo caso. Nos bajamos
al costado de la vía y se volvieron para pedir un dispositivo moto bruja
prestado. ¿Quince minutos más de espera? Y bueno. Nos dejaron a uno de ellos de
"seña" para convencernos de que volverían.
Al rato, todos subidos,
nuevamente disfrutando de la gloriosa aventura de andar por la selva en moto.
Pero en la selva, también hay trafico. Como hay una sola vía, si viene una moto
bruja del lado de enfrente sucede lo siguiente:
Ambas aminoran pero ninguna
frena. Los conductores musculosos (por lo musculosos y las musculosas) se miran
sin mueca alguna. Se produce un silencio sepulcral y nadie piensa ceder. Uno se
siente entre dos pandillas de niños malos del Bronx a punto de entrar en una
riña callejera.
Silencio. Se ve que nos son
claros los códigos de transito, ya que no logramos adivinar quien pasa y quien
descarrila el bodoque de vehiculo. Si el que vuelve o el que va, el que tiene
mas turistas, mas equipaje, mas pasajeros, menos pasajeros, gente mayor, niños;
el que tiene mas cara de malo, mas fuerza, mayor reputación o simplemente un pacto
con el diablo, ya que el que no descarrila, avanza sin culpas ni remordimientos
al ver el esfuerzo de los otros, no agradece, no saluda, ni sonríe.
Y cuando la moto vuelve a andar,
todos sus tripulantes comienzan a chistear y conversar como si nada hubiera
pasado.
capítulo 3
El caso es que llegamos a San
Cipriano y nos dijeron que nos buscarían a las 4 PM. Caminamos por este
pueblito, al que solamente se llega a través de una vía, en dirección al Hotel
David, donde almorzaríamos comida regional y nos arrendarían unos neumáticos
gigantes para nadar en el río. Ordenamos lo que íbamos a comer y caminamos
hasta el río en traje de baño. Bajamos varios escalones y nos tiramos al agua
fresca y cristalina como si fuera un milagro después de haber tenido tanto calor.
El río de piedras tenia una corriente lo
suficientemente fuerte como para divertirse y gritar en la velocidad de sus
rápidos. Nos entusiasmamos al punto de desconocer la locación.
Decidimos a los gritos, para escucharnos,
desembocar de repente hacia un costado porque habíamos perdido la noción de la
distancia por tierra y no sabíamos donde estábamos y no conocíamos si existía
un final para semejante bajada y travesía acuática.
Estábamos distribuidos en forma
pareja, dos por neumático: Agos y yo, la china y la terrorist, los dos
alemanes. La corriente era fortísima y si bien hacíamos pie, las piedras
resbaladizas por el verdín nos jugaban una mala pasada y hacían muy difícil el
arte de sostenerse.
Pasó un instante y éramos los
personajes de Expedición Robinson, o mucho peor, sentimos como si nos
acabáramos de caer el avión de Lost. Había que tomar decisiones y debían ser
prácticas. Luigi, tomo el papel de Jack Shepard: el líder. Agos y yo sentíamos
propio el "I don't wanna die today" de Leo Di Caprio.
Comenzamos a caminar, respetando
indicaciones, río arriba contra la corriente sobre las piedras engañosas,
sosteniendo los neumáticos. Íbamos muy lentamente para no perder el control.
Llovía a cantaros y teníamos frío. Las gotas nos pinchaban y se complicaba
sostener la rueda y el traje de baño con la furia del agua. Avanzamos unos
metros hasta que llegamos a un banco de piedras donde la corriente era muy
fuerte y nuestra fuerza (la de las cuatro mujeres) no la podía enfrentar más.
El hermano del líder, se adelanto
con un neumático y el héroe nos lidiaba cual superman sosteniendo con su mano
derecha la gomota de ellas y con la izquierda la nuestra, para mostrarnos el
camino conveniente a las chicas que hacíamos nuestro frágil esfuerzo para
agarrarlas y direccionarlas.
Pero a cada instante se hacia mas dificultoso
el andar. El líder tomo una decisión: que levantáramos las piernas y que
dejáramos que la corriente nos llevara unos diez metros hacia abajo y así poder
caminar cerca del borde del río, tomándonos de las raíces y las plantas. Le
obedecieron, nos resistimos y luego le obedecimos. Fue una buena idea.
Costeamos aferrándonos a lo que pudimos, tendiéndonos manos y palabras de
aliento.
Llegamos, luego de una imaginaria
eternidad, a un claro y nos esperaba allí el hermano de Luigi extendiéndonos el
brazo para poder trepar hasta el fondo del terreno abandonado de una casa.
Ensopados, caminamos descalzos
por las calles de este poblado olvidado bajo la lluvia, aliviados y contentos
de volver a escuchar la salsa y el reggaeton de los enormes y ensordecedores
parlantes de sus humildes casitas.
Comimos rico y nos secamos a la
vuelta en la moto bruja con el viento de la velocidad. Nos paramos entonces en
la ruta congestionada para coger una buseta que nos devolviera a nuestra
querida Cali.
capítulo 4
Una vez en la ruta, tomamos la
primer buseta que paso porque nos dijeron que con el tráfico que había ya no saldrían
otros buses. Buseta en la que nunca conseguiríamos lugar para sentarnos. A ver
si me entendés: viajaríamos en una combineta parados hasta "Mar del
Plata"... ¿cuatro horas?, con calor y olor a personas que acumularon calor
en las ultimas diez horas. Gente grande, gente joven, niños. A nadie se le movería
un pelo por nuestra desgracia e incomodidad.
Poco a poco, comenzamos a hablar
con los pasajeros. Tres niñas que estaban azoradas con que habláramos en ingles
y sobre todo con la asiática, la invitaron a sentarse con ellas. Así la china
le haría upa a una chiquita de dos años y ambas quedarían dormidas en el corto
plazo. Cuatro en un asiento doble, una persona menos parada y un centello de
esperanza para todos los demás de pie.
Nos fuimos organizando. La
fuckin' terrorist, que había perdido una ojota en el río, se sentó sobre el
apoya brazos de ellas cuatro. Agos apoyo su espalda en el costado de una butaca
y "a la altura de Dolores", se sentó y se durmió profundamente. Los
dos Germans quedaron cerca de la puerta, pero como eran hombres, no rezongarían
ni por el cansancio, el hambre, el calor, ni la incomodidad; y porque
probablemente como son turistas europeos, leyeron en la Lonely Planet que en
estos países del submundo te pueden pasar este tipo de cosas y les parecía
entonces adecuado.
Yo, quede pendida en el pasillo
haciendo equilibrio, aguantando y descansando colgada de los caños del techo,
ya que obviamente los brazos me quedaban cortos. Al rato, o a las dos horas, me
agote y decidí pasarme para atrás y tirarme en el piso del micro. Puse mi
mochila de almohada, y si señores, evitando respirar los edores mas infernales,
me quede dormida, sin columna y sin culo, pero mejor así.
Las horas pasaban. La música, el
calor, el cansancio, el hambre y la impaciencia, no. El chofer había puesto a
sonar en los parlantes algo así como un bolero bajonero, cuando se escucha una
vieja que grita de fondo: "Estamos acalorados, pero no llorando"... y
todas las mujeres asintieron tan fuerte como pudieron para que su suplica fuera
escuchada hasta la "la cabina". Cambio el man la música entonces.
Pasamos del día a la noche.
Oscuro, muy oscuro estaba el camino, cuando la buseta se detiene. No tenia mas
gasolina porque una manguerita se había cortado. Habría que esperar salvataje.
Algunos bajaron, otros nos quedamos. A la media hora llego el rescate y
seguimos camino con la música de las protestas por el hambre y el agotamiento.
Todos habían subido media hora antes que nosotros. Compartí lo que me quedaba
de agua y las galletitas que tenia en la mochila.
Una señora me ofreció que me
sentara en su falda. No acepte. Le insistió al hijo para que me dejara por un
rato su sitio. Tampoco acepte. Ya se veían las luces del Valle del Cauca. Al
rato se baja un señor y decidí sentarme. Pasan unos ciento cuarenta segundos,
por referirme de algún modo a una “efimeridad” de tiempo y se vuelve a detener
el bus.
Una señora gentilmente me estaba
haciendo de guía turística y me señalaba los puntos históricos y atractivos de
la ciudad de Cali, cuando su hija me dice: "Tus amigos se están bajando de
la buseta"..."¿Queeeeeeeé?" Como pude y a máxima velocidad
empuje a todo el mundo a los gritos al chofer para que esperara. Ya en tierra
firme, todos los colombianos amigos del fondo del bondi, me saludaban a través
de sus ventanillas.
Exhaustos, caminamos hacia el
hostel y soñamos con sentarnos, comer y descansar.
Por lo que a mi respecta, muy
alegre y esperanzada, entre a la recepción del hotel, mirando al encargado con
una sonrisa cómplice y a la espera de las ansiadas novedades acerca de mi
equipaje. Me dijeron que mi mochila no había llegado aun. Pensé que era una
broma y me reí. Volví a preguntar y confirme que era cierto.
El día del fin del mundo todavía
no había terminado, pero estábamos felices y nos sentíamos llenas de vida. En
el fondo, sabíamos que bailando salsa las penas se van cantando.
Fin.
Ati Irazusta o lo que quedó de mí
Cali, 29 de diciembre de
2010
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