Tomé una decisión para mí respecto de otro, porque pensé que ya no había cauce, ni vuelta de tuerca. Porque todo parecía estar sin ganas, sin norte, sin brújula. Porque las cartas parecían estar marcadas y ya no había fichas para mover ni acomodar, o tal vez donde ya había dejado de esperar en que algo de ese otro mudara para pararse frente a mí.
Mi alma, mi corazón y mi mente
pedían un encuentro, un desahogo y una confidencia que nunca ocurrieron,
entonces me sentí exhausta. Por lo tanto, decidí encapuchar un deseo y un
sentimiento que aún seguían vivos. Aunque querían seguir respirando, opté por
sepultarlos. Como si no fueran algo real, fuerte, galopante, enérgico, algo del
corazón. Y seguí viviendo con sangre fría y siendo cruenta con la realidad de
mi alma, así como quien dice la cosa, como si ese desamor nunca hubiera existido
y nada nunca hubiera pasado o sentido una.
Pero la vida a veces es tan agria
como tan dulce y pucha que te da sorpresas. Y fue así como inesperadamente
ayer, tuve la mismísima posibilidad que Marty McFly de viajar en el tiempo.
De golpe y porrazo, me encontré
en ese mismo lugar y con esa misma persona del pasado. Ese, nuestro lugar, en
el que habían pasado cosas importantes. Frente a mí estaba ese otro del que yo
me había enamorado y que me había hecho dejar la astucia a medio andar; el que
me había hecho entusiasmar después de tanto y el que me había hecho colgar la
toalla; el que me había hecho sentir tan yo y que me había hecho alejarme de
mí.
Lo tenía ahí. Y en ese instante
de encuentro, fue como si el tiempo nunca hubiera pasado. Me di cuenta del error
que había cometido al enterrarlo vivo. De pronto, nos encontrábamos ahí, los
dos, y era como si todo lo que nos rodeaba ya no existía. Y lo único que
despuntaba era mi mirada sobre la de él, y todo lo que había vivido y negado
hasta ese día, ya no tenía sentido.
Una sensación rarísima. Una
posibilidad en mil. Había aparecido alguien del pasado al que había pensado no
volverme a encontrar, a un fantasma del corazón. Cuántas conversaciones con él
había soñado. Tantas cosas había tenido para decirle. Cuántas veces me había
encontrado especulando con la mejor manera de anunciar mis sentimientos.
Cuántas. Tantas. Muchas. Miles. Estaba ahí, delante a mí, y tenía al alcance de
mi mano, la posibilidad de alterar los acontecimientos ocurridos.
Ahora sí, los coloquios de la
mente se hacían carne en mis palabras. Estaba habilitada, era real, lo que
cantidades de veces había fantaseado. Hablar y poder decir, expresarme, dejarme
sentir, atender, abrazar, resignificar, comunicar, invitar a ser oído. Qué
gloria. Volver al pasado. Qué regalo.
Qué claridad y pocas pulgas tuvo
para escucharme y para romperme el corazón. Al fin y al cabo, era lo único que
hace ciento veintiocho días estaba esperando. Que fuera él quien lo desarmara
de una vez por todas y no yo, mis amigas, mi familia y mi alter ego. Él era
quien lo tenía que romper para así yo poder enmendarlo y volver a arrancar.
Qué tristeza carajo. Pero qué
flor de obsequio acababa de recibir. Había viajado por casi dos horas reales en
el tiempo y había tenido la posibilidad de amarrar cabos sueltos y
deshilachados.
Y cuando volví me sentí
sola, pero libre, sana y salva, y por qué no, orgullosa. Acababa de protagonizar una escena similar a la de la mejor
película de ciencia ficción de todos los tiempos. Viajé para reunir, para
arreglar, para sanar. Qué más se puede pedir.
Una amiga me dijo que le
resultaba un poco divertido, porque si había viajado al pasado, podía también
mandarlo a él al pasado de vuelta. Y creo que tiene razón. Entonces, ahí lo
dejé, en esa noche, en ese lugar, en ese adiós, en ese pasado. Y me sentí un
tanto nostálgica, pero a su vez tranquila, porque hice lo que tenía que hacer:
volver al futuro que hace rato me estaba esperando para abrazarme.
Y para los que saben lo que me
gusta viajar, debo confesar que este viajecito de volver al futuro, fue uno de
los mejores que hice en los últimos años: sin impuestos, sin tasas, sin cuotas,
sin deudas y con el corazón puesto en el presente. Sí, sí, sorpresas te da la
vida ¡ay, Dios!
Ati Irazusta
El poder de mi mente, 11 de febrero de 2011
y sin estupefacientes!!...esto si que es entrar en el mundo de la sabiduria.
ResponderEliminarMaleeeeeeeeeeeee!
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