Me estremezco con lo alta y verde que está mi flora. Me conmueve la sana convivencia que existe entre el helecho, la caña, la mala madre, la yuca yewec, el malbón y el yuyo. Me asombro de cómo se generó un ambiente propicio para la propagación de especies “plánticas” diversas y reflexiono sobre la generación de nuevos individuos creados gracias a la luz y la energía del sol y al abundante agua echada por mi palangana.
Entonces me encuentro dándole
gracias a la madre tierra por amparar este ecosistema de terraza urbana y
sonrío sintiéndome parte de un todo universal, cuando de repente veo una señora
cucaracha patineta haciéndose la víctima porque le había tocado velar a su
amiga muerta, que yacía a su lado patas para arriba. Entro en su escena y
pienso en cuánto lo lamento. La muerte, qué tristeza. Ufff.
Qué me importa. Maldigo la
coexistencia de flora y fauna en MI HÁBITAT. Solo plantas, hijas de puta, nada
de bichos acá. Me digo entonces: “Ésta es la mía” e intento sorprenderla con la
pala del asado de un golpe seco, fatal. En vano fue mi shot, que nadie me mire,
ya no soy feliz. He olvidado que estos bichos cumplen con el requisito de ser
insecto: SEIS patas y DOS o más antenas. Patas para correr a los pedos y
antenas para “radarizar” todo lo que acontece a sus alrededores.
Por lo tanto, la muy guacha salió
a pique y se escabulló detrás de las macetas para contarle a sus secuaces que
había llegado la extermineitor al predio. Chusmas. Para qué. Es obvio que se
estaban reuniendo en equipo para decidir una táctica de combate.
Consecuentemente me hago la disimulada y sigo llenando la palangana para
continuar la tarea de inundar en riego a mis retoños queridos.
Una vez listo el pollo, es decir,
la tertulia de cucarachas ya había alcanzado un veredicto, resuelven proceder a
actuar en mi contra. La decisión tomada fue osada pero estratégica. Envían a
una pequeñita inexperta en tono de “sacrificio por la comunidad” para
distraerme y conformarme con un crimen acertado y dejarlas así tranquilas.
Tan solo verla a la pobrecita,
tenía unos nervios y un excite que no podía correr más rápido. El avistaje
cucarachesco esta vez me agarra lejos de la pala asesina, cerca de las hojas
que ya nada cantaban y con la cubeta roja sangre llenísima de agua. Qué mejor
idea que ahogarla. ¿Hay acaso peor muerte que esa? Pensé en Jack Dawson de
Titanic y vi en él la oportunidad.
Era la mía, sin lugar a dudas.
Deslizo entonces sendos brazos hacia atrás para darle envión, empuje y mayor
fuerza al ataque hídrico. Ni hasta tres llegué a contar que ya había derramado
con furia el total contenido del recipiente sobre ella. Si el asesinato hubiera
sido con un arma de fuego, habría soplado el humito posterior al disparo con
orgullo y presunción.
Ahora sí, un, dos, tres segundos,
y veo a la muy puta e infeliz chiquilla que me mira con despecho y corre
desaforada hacia su guarida. Muchas ideas vienen a mi mente. Pienso, en lo
gansa que soy porque es ahí, en ese instante, cuando recuerdo los días 6 y 9 de
agosto de 1945, cuando aquella maldita nube de hongo acababa con la segunda
guerra mundial, eran exterminadas miles de personas, plantas y animales,
dejando huella, dolor, humo tóxico y cucarachas. ¿NO ERA ACASO LA CUCARACHA , EL ÚNICO SER
VIVO QUE RESISTÍA A LA
EXPLOSIÓN DE LA BOMBA ATÓMICA ? Y yo, necia e ignorante, queriendo
ahogarla con un baldazo de agua potable.
Batalla perdida. Desilusión. Piso
inundado. Pies y remera mojados. Séquito de cucarachas al asecho. Miedo.
Nervios. Máxima velocidad para terminar la tarea con agilidad sin entorpecerla,
apagar la luz y salir rajando a casita. Aceleración del ritmo cardíaco. Nada de
pucho. Nada de estrellas. Y probablemente una incipiente agudeza del crónico
dolor de espalda por el esfuerzo realizado al levantar y lanzar peso.
Ningún problema cuquis, ríanse de
mí nomás… si total mañana hay quince por ciento de descuento en el súper y si
quiero compro dieciocho tubos azules, verdes y naranjas de aerosoles
insecticidas y teniendo la tarde toda para presionar el gatillo en dirección a
ustedes, seré yo quien me ría esta vez.
Y desde ahí, el infinito y más
allá, me van a mirar ustedes pebetas, sí mírenme, que soy feliz y que entre MIS
hojas solamente canto yo.
Ati Irazusta
San Isidro, 7 de
febrero de 2011
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