Al lugar donde has sido feliz, deberías tratar de volver

Qué linda que es mi terraza. Colores, plantas, luces, música, vida e ilusión. Sin embargo, no había vuelto al lugar donde mis plantas viven desde hacía ya quince días. La última vez que había estado allí, me había sentido con alegría de amor. 



Y dice la canción que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Maldita frase. Me la tomé a pecho.

En este ecosistema urbano creado por mí, había imaginado que el amor volvía a mi vida después de tanto tiempo. Había podido disfrutar de la sana compañía de un viejo amor y del sueño de una noche de verano. Y cómo me había gustado sentirme tranquila y confiada en sus brazos. Basta de mí. El deseo del amor había vuelto.

No obstante, la alegría quedó guardada en el recuerdo y las mariposas duraron solamente un día. Suficientes horas para mostrar su belleza y alcanzarme para ser feliz. Fue esa noche nomás, la que sirvió como señal. Ya era hora de recibir al amor sin desasosiego. Bienvenido.

Qué sentir. Cómo me siento. No sé. No importa. Recibo. Me alegro. Descanso en saber que es algo bueno, sano y genuino. No analizo. Esta vez por la mente no va a pasar.

Pero al parecer, en los tiempos del cólera, el amor sigue paseando por otros corazones y aún no va a tener tanto que ver con el mío. De todos modos, no estoy de acuerdo con esto, pero bueno.

Un día, dos, tres, cuatro… Silencio.  Nueve, diez… Desilusión. Cada día de desencanto que le siguió a aquella noche, las flores en mi alma se fueron marchitando. Por lo tanto, había decidido no volver a la terraza, no volver al techo de mi alma. No conectar.

Tal vez por despecho, tal vez para no recordar, tal vez para no encontrarme con mis sentimientos.

Había espejado en mi terraza y en mis plantas la falta de cariño y cuidado que había sentido. Había decidido no volver al lugar donde había soñado con la ilusión de que el amor había llegado.

Y no volví más hasta hoy. Qué tonta fui. Qué fea estaba mi terraza cuando la volví a ver. Qué tristeza ver a mis plantas secas y abandonadas. Pero, qué alegría saber que gracias a ellas pude descubrir y escribir sobre lo que siento.

Al lugar donde había sido feliz, decidí volver. Por suerte. Para desafiar la canción. Para cerrar una historia que había quedado con la última página en blanco. Para abrir mi corazón a nuevas historias. Para revelar que el sol quema y la lluvia traiciona, a la vez que el sol sostiene y el agua nutre y que sólo depende de uno. Para creer en la perseverancia. Para ser más cuidadoso. Para saber escucharme. Para regar mis plantas. Para enjuagar mi alma.

Y a pesar de todo, o quizás por todo, hoy tuve un buen día. Y sí, me siento feliz.


Ati Irazusta
Empapada de deseos e ilusiones, 29 de febrero de 2012


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