Y dice la canción que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Maldita frase. Me la tomé a pecho.
En este ecosistema urbano creado por mí, había imaginado que el amor volvía a mi vida después de tanto tiempo. Había podido disfrutar de la sana compañía de un viejo amor y del sueño de una noche de verano. Y cómo me había gustado sentirme tranquila y confiada en sus brazos. Basta de mí. El deseo del amor había vuelto.
No obstante, la alegría quedó guardada en el
recuerdo y las mariposas duraron solamente un día. Suficientes horas para
mostrar su belleza y alcanzarme para ser feliz. Fue esa noche nomás, la que
sirvió como señal. Ya era hora de recibir al amor sin desasosiego. Bienvenido.
Qué sentir. Cómo me siento. No sé. No importa.
Recibo. Me alegro. Descanso en saber que es algo bueno, sano y genuino. No
analizo. Esta vez por la mente no va a pasar.
Pero al parecer, en los tiempos del cólera, el
amor sigue paseando por otros corazones y aún no va a tener tanto que ver con
el mío. De todos modos, no estoy de acuerdo con esto, pero bueno.
Un día, dos, tres, cuatro… Silencio. Nueve, diez… Desilusión. Cada día de
desencanto que le siguió a aquella noche, las flores en mi alma se fueron
marchitando. Por lo tanto, había decidido no volver a la terraza, no volver al
techo de mi alma. No conectar.
Tal vez por despecho, tal vez para no recordar,
tal vez para no encontrarme con mis sentimientos.
Había espejado en mi terraza y en mis plantas
la falta de cariño y cuidado que había sentido. Había decidido no volver al
lugar donde había soñado con la ilusión de que el amor había llegado.
Y no volví más hasta hoy. Qué tonta fui. Qué
fea estaba mi terraza cuando la volví a ver. Qué tristeza ver a mis plantas
secas y abandonadas. Pero, qué alegría saber que gracias a ellas pude descubrir
y escribir sobre lo que siento.
Al lugar donde había sido feliz, decidí volver.
Por suerte. Para desafiar la canción. Para cerrar una historia que había
quedado con la última página en blanco. Para abrir mi corazón a nuevas
historias. Para revelar que el sol quema y la lluvia traiciona, a la vez que el
sol sostiene y el agua nutre y que sólo depende de uno. Para creer en la
perseverancia. Para ser más cuidadoso. Para saber escucharme. Para regar mis
plantas. Para enjuagar mi alma.
Y a pesar
de todo, o quizás por todo, hoy tuve un buen día. Y sí, me siento feliz.
Ati Irazusta
Empapada de deseos e ilusiones, 29 de febrero
de 2012
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