Ya pasó casi una semana desde que
volví a la rutina de trabajo, después de alrededor de dos meses de vacaciones.
Tuve la suerte de reencontrarme con muchas compañeras que hace tiempo no veía y
no perdimos la oportunidad para sacarnos ganas de conversar y ponernos al día.
Como es de esperarse claro,
cuando está por comenzar un año lectivo, los directivos nos propusieron muchas
actividades: realizar las planificaciones, tomar importantes decisiones de las
que te podés lamentar todo el año, participar de reuniones comprometedoras,
efectuar mudanzas de aulas, orden y heterogéneos temillas a resolver.
En el primer encuentro general,
estábamos las maestras todas sentadas en ronda y recibimos la invitación de
expresar en una palabra cómo nos sentíamos al volver. Lo único que yo pensaba
era que por favor la ronda girara para el lado que me quedara más lejos, y así
tener más tiempo para fabular un sentimiento. Escuché a mis compañeras,
sosteniendo mi cuelgue mental e impidiendo que creciera el tamaño de la laguna
que se incrementaba por segundo en mi cabeza. Era imposible escaparle a esta
exposición. Tuc. Me tocó. “Yo me siento…” “perdida”
no iba a decir; “en el horno”
tampoco… ufff. Demonios. Respiré. “Me siento lista, estoy un poco movilizada
porque vengo de un viaje muy intenso, pero siento que ya quería volver, sí,
estoy lista para que pase lo que tenga que pasar.” Quedé prolija y soné
entusiasmada.
Al contrario de las expectativas
de logro para cualquier maestro cuando retoma sus actividades, a lo largo de la
semana, me hallé dormitando cuando me pidieron que prestara atención, cansada
del agotamiento, sofocada del calor, poco enfocada en la tarea, respondiendo
cualquier verdura ante preguntas sencillas y hasta desmemoriada con respecto a
todo lo que habíamos definido el pasado cierre de año. Un poco extraña y podría
decirse con poco punch.
Definitivamente, aún no volví.
Tal vez debería haber dicho: soy carne de
cañones… estoy como si me hubiera pasado una aplanadora por encima. Estaba
algo así como: “Volví pero todavía no llegué”. Supongo que ya voy a caer y
pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentado, como diría
Silvio. Digo, de pronto, me parece.
Mira vos che, que sino fuera
porque la Naturaleza
es sabia y hoy nos regaló un poco de lluvia con viento, tal vez nunca hubiera
logrado bajar a la tierra de mi nebulosa dispersión, toc-toc Mc.Fly, tan pero
tan rápido. Sí, tocó también que esta lluvia me hiciera tachar la doble.
Un rato atrás, volvía a casa de
noche manejando y me tocó frenar en el típico semáforo que hay chiquitos
haciendo malabares, literal, para sobrevivir al abandono y la crueldad de sus
padres. Más precisamente el semáforo de las Avenidas Márquez y Centenario.
Un niño de ojos tristes, se paró
sin gracia alguna frente a mi parabrisas y me miró con profundidad. Intenté
perderle la mirada, pero sentí que la intensidad de la presencia de sus ojos
perduraba, entonces le dije con una seña que se acercara a mi ventana... No le
iba a dar monedas ni billetes porque no me parece y en esta ocasión no tenía ni
un caramelo para convidarle. Qué le doy, pensé.
Cuando se aproximó, le pregunté
si quería que le regalara algo para jugar. Asintió y con un nudo en la
garganta, le entregué a Gloria, el hipopótamo de Madagascar que me regaló mi
sobrino hace dos años y medio y conservo como un trofeo en el hueco del stereo.
Lo tomó, me sonrió y le devolví la
sonrisa.
De repente, crash, kapow! Se
acabó la música de fondo y el momento emotivo de Sorpresa y Media. Me chocaron.
LPQLP. El auto no se movió mucho, pero sentí el golpe. Le pregunté al chico con
cara de sorpresa si me habían chocado y me respondió que creía que no.
Lamentablemente, la respuesta era
sí o sí, había sentido el sacundoncito.
Puse las balizas y me bajé del auto. Al mismo tiempo, el tipo del auto de al
lado mío también se bajó del suyo. El niño observaba. El único que no se bajó
del suyo fue el bestia nos había chocado a los dos.
Me acerqué un poco al tipo que
nos había envestido y le pregunté con mucha tranquilidad y empatía qué le paso.
Dicho sea de paso, es la tercera vez en mi vida que me chocan de atrás frenada
en un semáforo y siempre pregunto lo mismo. Nunca nadie me respondió aún. Al no
tener la reacción esperada de putearlo, calculo que debo desconcertar un poco.
Este huevón tampoco.
Redireccioné la mirada entonces
hacia el trasero de mi carro y no encontré indicio alguno, controlé que el baúl
abriera y cerrara, y lo volví a probar, dos veces, para estar bien pero bien
pero bien segura de que no soy una tarada. Lo volví a mirar y no tenía nada. O
quizás nada grave. Yerba mala, nunca muere.
Ante el silencio y salud del
auto, le repregunté qué le paso y me dijo que le fallaron los frenos. Sospecho
que la lluvia lo ayudo a deslizarse. Di una ojeada a su auto ileso, suspiré
fuerte, levanté las cejas y retorné a mi coche. Mejor me voy para casa, pensé.
Ahora sí, Más despierta, más
atenta, más caída y menos volada. Los golpes hacen buen jinete al charro. Ya
volví. Bah, simplemente me devolvieron.
Ati Irazusta
Preparada, en su marca,
lista, ya, 16 de febrero de 2012
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