Yerba mala nunca muere

De tanto en tanto, las tormentas me gustan. Sobre todo cuando las abundantes gotas lavan mi auto, riegan mis plantas y a parte de eso, sopla una brisa suave después de largas jornadas de calor extenuante. Necesidades imperiosas ante la falta de economía con flujo de fondos, la falta de ímpetu regador y la falta de aire en el ambiente. Sería como una lluvia de triple generala. Estos momentos de lluvia me copan y me dan alegría, pero solamente de tanto en tanto. Ya que a veces la muy guacha te hace tachar la generala, la doble y sin piedad te deja en Pampa y la vía.


Ya pasó casi una semana desde que volví a la rutina de trabajo, después de alrededor de dos meses de vacaciones. Tuve la suerte de reencontrarme con muchas compañeras que hace tiempo no veía y no perdimos la oportunidad para sacarnos ganas de conversar y ponernos al día.

Como es de esperarse claro, cuando está por comenzar un año lectivo, los directivos nos propusieron muchas actividades: realizar las planificaciones, tomar importantes decisiones de las que te podés lamentar todo el año, participar de reuniones comprometedoras, efectuar mudanzas de aulas, orden y heterogéneos temillas a resolver.

En el primer encuentro general, estábamos las maestras todas sentadas en ronda y recibimos la invitación de expresar en una palabra cómo nos sentíamos al volver. Lo único que yo pensaba era que por favor la ronda girara para el lado que me quedara más lejos, y así tener más tiempo para fabular un sentimiento. Escuché a mis compañeras, sosteniendo mi cuelgue mental e impidiendo que creciera el tamaño de la laguna que se incrementaba por segundo en mi cabeza. Era imposible escaparle a esta exposición. Tuc. Me tocó. “Yo me siento…” “perdida” no iba a decir; “en el horno” tampoco… ufff. Demonios. Respiré. “Me siento lista, estoy un poco movilizada porque vengo de un viaje muy intenso, pero siento que ya quería volver, sí, estoy lista para que pase lo que tenga que pasar.” Quedé prolija y soné entusiasmada.

Al contrario de las expectativas de logro para cualquier maestro cuando retoma sus actividades, a lo largo de la semana, me hallé dormitando cuando me pidieron que prestara atención, cansada del agotamiento, sofocada del calor, poco enfocada en la tarea, respondiendo cualquier verdura ante preguntas sencillas y hasta desmemoriada con respecto a todo lo que habíamos definido el pasado cierre de año. Un poco extraña y podría decirse con poco punch.

Definitivamente, aún no volví. Tal vez debería haber dicho: soy carne de cañones… estoy como si me hubiera pasado una aplanadora por encima. Estaba algo así como: “Volví pero todavía no llegué”. Supongo que ya voy a caer y pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentado, como diría Silvio. Digo, de pronto, me parece.

Mira vos che, que sino fuera porque la Naturaleza es sabia y hoy nos regaló un poco de lluvia con viento, tal vez nunca hubiera logrado bajar a la tierra de mi nebulosa dispersión, toc-toc Mc.Fly, tan pero tan rápido. Sí, tocó también que esta lluvia me hiciera tachar la doble.

Un rato atrás, volvía a casa de noche manejando y me tocó frenar en el típico semáforo que hay chiquitos haciendo malabares, literal, para sobrevivir al abandono y la crueldad de sus padres. Más precisamente el semáforo de las Avenidas Márquez y Centenario.

Un niño de ojos tristes, se paró sin gracia alguna frente a mi parabrisas y me miró con profundidad. Intenté perderle la mirada, pero sentí que la intensidad de la presencia de sus ojos perduraba, entonces le dije con una seña que se acercara a mi ventana... No le iba a dar monedas ni billetes porque no me parece y en esta ocasión no tenía ni un caramelo para convidarle. Qué le doy, pensé.

Cuando se aproximó, le pregunté si quería que le regalara algo para jugar. Asintió y con un nudo en la garganta, le entregué a Gloria, el hipopótamo de Madagascar que me regaló mi sobrino hace dos años y medio y conservo como un trofeo en el hueco del stereo. Lo tomó,  me sonrió y le devolví la sonrisa.

De repente, crash, kapow! Se acabó la música de fondo y el momento emotivo de Sorpresa y Media. Me chocaron. LPQLP. El auto no se movió mucho, pero sentí el golpe. Le pregunté al chico con cara de sorpresa si me habían chocado y me respondió que creía que no.

Lamentablemente, la respuesta era sí o sí,  había sentido el sacundoncito. Puse las balizas y me bajé del auto. Al mismo tiempo, el tipo del auto de al lado mío también se bajó del suyo. El niño observaba. El único que no se bajó del suyo fue el bestia nos había chocado a los dos.

Me acerqué un poco al tipo que nos había envestido y le pregunté con mucha tranquilidad y empatía qué le paso. Dicho sea de paso, es la tercera vez en mi vida que me chocan de atrás frenada en un semáforo y siempre pregunto lo mismo. Nunca nadie me respondió aún. Al no tener la reacción esperada de putearlo, calculo que debo desconcertar un poco. Este huevón tampoco.

Redireccioné la mirada entonces hacia el trasero de mi carro y no encontré indicio alguno, controlé que el baúl abriera y cerrara, y lo volví a probar, dos veces, para estar bien pero bien pero bien segura de que no soy una tarada. Lo volví a mirar y no tenía nada. O quizás nada grave. Yerba mala, nunca muere.

Ante el silencio y salud del auto, le repregunté qué le paso y me dijo que le fallaron los frenos. Sospecho que la lluvia lo ayudo a deslizarse. Di una ojeada a su auto ileso, suspiré fuerte, levanté las cejas y retorné a mi coche. Mejor me voy para casa, pensé.

Ahora sí, Más despierta, más atenta, más caída y menos volada. Los golpes hacen buen jinete al charro. Ya volví. Bah, simplemente me devolvieron.


Ati Irazusta
Preparada, en su marca, lista, ya, 16 de febrero de 2012

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